viernes, 11 de diciembre de 2015

El relato bíblico que se adelanta a la ciencia

La salud está de moda. La salud y la belleza. Aunque belleza también es salud, escuché decir. Hay que ir al gimnasio, hacerse el chequeo médico, comer full sano, eso sí: evitar las grasas a como dé lugar. Tomar mucha agua, trotar, sí, hay que trotar.
Es que la misión del ser humano del siglo XXI es verse y sentirse bien. Un buen corte de cabello, los chocolaticos. Mira cómo se me marca el trícep: ¿Viste? Hay que ir mucho al médico. Mucho. Aunque no lo necesites, porque nunca se sabe. Hay que tomar calcio, pastillas para la memoria, hierro, zinc. Hay que hacer ejercicios de respiración. Siempre.
Lo que pasa es que también está de moda no creer en Dios. ¡Demuéstrame que existe! ¡Yo no lo veo! ¡Si no lo veo no existe! Y como está de moda no creer en Dios nadie se quiere morir, porque nunca se sabe. Entonces nos obsesionamos por la salud y por disfrutar la vida en este mundo aunque para los pobres niños de Somalia sea inmundo.
Antes, cuando escribí esto, estuve consciente del rechazo inconmensurable que palabras como Dios, Biblia o Jesús generan entre quienes decidieron sumarse al ateísmo. Ahora, cuando usted lee, todavía no sabe qué carrizo intentan plantearle en este texto.

En los hatos del llano ya no se ven jaguares, esos que los peones llamaban “tigres”

Cada vez que voy al Parque Francisco de Miranda de Caracas me detengo al menos 10 minutos a ver al jaguar. Sus formas me deleitan. Es el único que he visto, pero creo que no el único que he escuchado.
Hace como 20 años, cuando tenía ocho, los ronquidos de una fiera que se movía entre las hojas bajo un mangal junto a un caño del Orinoco me estremecieron la piel. No recuerdo si corrí, pero sí el miedo. Aunque los mayores me dijeron luego que no pudo haber sido un jaguar, en mi imaginación aquel sonido solo tenía forma de jaguar: ni de puma, ni de cunaguaro: solo de jaguar.
Muchos años antes, mi bisabuelo, Alejandro Campagna, y Tobías Herrera -el que le salvó la vida- andaban a caballo por los lados de Santa Rita, al sur de Guárico. Los perros que los acompañaban habían comenzado a “latirle” a un morrocoy que se movía entre la hierba seca. Los jinetes se acercaron al galope, pero antes, una ‘tigra’ se guindó de la pierna de mi ancestro. Si pensarlo, Tobías Herrera liquidó a la bestia de un disparo. “A mi papá lo mordió una tigra”, recuerda mi abuelita, pero fue una jaguar que trataba de cuidar a su cría de aquel alboroto de perros, caballos y hombres.
A los jaguares del llano los fueron matando. Les dicen tigres, o más bien les decían, porquelos peones de ahora no cuentan historias de jaguares sino de teléfonos celulares. La última vez que supe de uno, fue mi mamá quien lo vio: dormíamos todos en una churuata y allá, detrás de los corrales, había un gato enorme viendo hacia la casa. Pudo ser un puma, un cunaguaro, un perro, pero ella también quiso imaginarlo jaguar.
Néstor Luis González / @Nescritor

Verdades y mentiras de Sandra Martínez (entrevista experimental).

“Tuve uno bello y dije: más nunca en mi vida. ¿Cómo tú vas a estar con un hombre que pase todo el día compitiendo contigo? Que si mira como me ven las mujeres, porque yo, mira, estoy más bueno que tú, fíjate lo que tienes al lado, cuídame. ¡No! ¡Cuídame tú a mí!

Hace como seis meses salió un titular que decía: a Sandra Martínez le gustan los feos. Y no es que me gusten los feos, es que los bonitos, este… ¡Yo creo que esos son los que llevan más cachos! Sí, es que son unas mujeres, y para mujeres nosotras.

¿Cómo me gustan los hombres? Lo primero que le ves a un carro es la carrocería, claro. Comencemos por ahí: ni tan moreno ni tan claro; con su barriguita, no con su ‘barrigooota’, pero sí una barriguita cervecera, que se le note un poquito, que beba cerveza. Un poquito más alto que yo, que sea elegante y educado. Me gustan los hombres sentimentales, románticos y sinceros. ¡Ya va! Estoy describiendo al príncipe azul que todas queremos, bueno: que sea detallista, no con un reloj de 20 millones sino con una rosa o con unos mariachis ¡Me encantan! Con una botella de vino tinto…

El cianuro de hidrógeno y las mil formas del casabe

Aislar el cianuro de hidrógeno de un tubérculo para hacerlo comestible no parece obra de una sociedad atrasada. Por eso el casabe puede tomarse en cuenta como la prueba fundamental del crecimiento al que estaban destinadas las poblaciones originarias del norte de América del Sur. 

Omar Carmona tiene doce años dedicado a la cocina y a la investigación culinaria. A su juicio, no sólo la creación del casabe sino sus múltiples variedades y usos son pruebas del desarrollo de los aborígenes americanos en pro de la supervivencia. 

"Gracias a su capacidad para ser almacenado fue parte de la dieta básica de nuestros indígenas durante miles de años y luego jugó un papel crucial en la lucha por la independencia de las naciones sudamericanas". 

El cianuro de hidrógeno o ácido cianhídrico que debe sacarse de la yuca amarga para la obtención del casabe es conocido como "yare" por los indígenas. El proceso de extracción de ese veneno puede tener incluso connotación religiosa, pues se trata del baile de sebucán. "Luego la cocción anula por completo el veneno y queda la masa con la que se hará el casabe".
 

Julio Cortázar, el escritor que aguardó y siguió leyendo

El 30 de agosto de 1948 apareció en Argentina una novela titulada “Adán Buenosayres”, de Leopoldo Marechal. Como el autor era peronista, y la inteligencia de la época se oponía al régimen, aquel libro solo recibió burlas y afrentas. Todos lo leyeron en términos políticos.

Todos menos un tal Julio Cortázar, que escribía reseñas para la revista Realidad y se atrevió a opinar que la aparición de esa novela suponía “un acontecimiento extraordinario en las letras argentinas”.
De pronto aquel articulista casi desconocido se hallaba en medio de un pequeño escándalo intelectual. Durante las siguientes dos semanas recibió llamadas telefónicas anónimas con insultos y amenazas. Le acusaban hasta de apoyar a Perón, pero ni de cerca: él solo había leído el libro sin considerar las “concomitancias históricas” y limitándose a la novela como tal.

De todas formas, el tiempo le dio la razón al valiente que enfrentó a la mayoría. “Adán Buenosayres” terminó siendo considerada una de las máximas novelas de la historia de la literatura argentina, y Leopoldo Marechal logró el reconocimiento que le correspondía.
Es que, antes que cualquier otra cosa, Julio Cortázar era un gran lector.

La única palabra que no puede ser escrita pero sí pronunciada

En la recopilación “Cuentos breves y extraordinarios”, de Jorge Luis Borges y Aldofo Bioy Casares, aparece un relato titulado “Polemistas” en el que varios gauchos analfabetas debaten sobre escritura y fonética. Uno llamado Crisanto Cabrera sostiene que toda palabra hablada puede ser escrita. Otro, al que llaman Albarracín, dice que la palabra ‘trara’ no puede escribirse.
La historia termina con un garabato que Cabrera dibuja en el suelo con la punta de su cuchillo y con la afirmación de un viejo -también analfabeta- que determina que ahí dice ‘trara’. El cuento es adjudicado a un tal Luis Antuñano que bien podría ser un personaje inventado por Borges o por Bioy, pero el debate no es falso ni inútil.
¿Podemos escribir todo lo que decimos en castellano? Sí, todo menos el imperativo de la palabra ‘salirle’. Cada vez que hay que escribirlo, dudamos y preferimos darle otro orden a la oración para evitarlo. Cuando un bloguero identificado como “Un arácnido en camiseta” preguntó en 2011 a la Real Academia Española cómo escibirlo, recibió la siguiente respuesta:

jueves, 10 de diciembre de 2015

Pelea en Ciudad Tiuna o “Este carajo cree que es más chavista que yo”

El martes tenía que reunirme con una persona. Como estábamos muy complicados con el tiempo, resolvimos vernos a las 8:30 de la noche en el Plazas de Los Chaguaramos para finalmente poder hablar aprovechando la casualidad de que ambos teníamos que hacer mercado.
Media hora después, nos fuimos a su apartamento en Ciudad Tiuna para bebernos un par de rones y seguir conversando.
Entramos por el Paseo Los Próceres. Varios soldados custodiaban el acceso y esta persona sacó un carnet con el que les alegó a los militares que íbamos para "La Fundación". Le pregunté si su edificio se llamaba así y me dijo que no, que por ese lado no estaba permitido entrar a Ciudad Tiuna, pero que era normal hacerlo porque todos ahí eran funcionarios y solo tenían que mostrar una credencial y decir que iban a tal o cual institución.
Lo interesante de todo esto comenzó cuando llegamos a Ciudad Tiuna y no había dónde estacionarse. Incluyéndonos, varios carros daban vueltas alrededor de un conjunto de torres buscando un resquicio para meterse, pero nada. En eso estuvimos como cinco minutos hasta que alguien decidió dejar su camioneta a mitad del estrecho camino.
- Pana, ¿entiendes que no te puedes parar ahí?
- ¿Cómo que no? ¿No estás viendo que no hay puesto?
- Sí, pero ahí no puedes pararte, porque entonces, ¿cómo avanzamos los demás?

El diálogo a gritos era entre dos hombres a tres autos de nosotros, y se volvía cada vez más tenso.
Al notar que aquello iba a tardar, retrocedimos y nos paramos bien lejos del edificio; pero cuando pasamos a pie frente a la pelea, la cosa se había comenzado a poner buena. El de atrás amenazaba con chocar al de adelante, y este último le decía: "Atrévete, solo atrévete". En eso llegó un militar y evitó la pelea: "Usted, mueva la camioneta, por favor; y usted, cálmese". 

Un segundo después, la persona que me acompañaba le habló al que habían mandado a calmarse:
- ¿Qué pasó, señor?
- Bueno, nada, que este carajo cree que es más chavista que yo.

FIN

Néstor Luis González (@Nescritor)